lunes, 2 de julio de 2012


       Érase una vez una niña a la que algunas veces le dolía mucho el pecho de querer y si no podía demostrar cuanto quería, de tanto, tanto ahogar sus sentimientos echaba a arder. La primera vez se asustó mucho pero ahora solía ir a pasear por la playa y dejar que el frío y la humedad del mar la apagaran. Muchas veces no era suficiente, el fuego tardaba en irse y comenzaba  a quemar los momentos que la hicieron feliz y de recordarlos lloraba y sus lágrimas ayudaban a sofocar tales llamaradas y volvía a casa mucho más triste.
       Era una sensación horrible y trataba de dormir para poder olvidarla por un rato porque al despertar estaría ahí e incluso muchas veces cualquier intento de olvidar era fallido porque hasta en sueños la horrible sensación de querer tanto,  no saber  donde va ese cariño, la tristeza de saberlo desaprovechado y el dolor de verlo ignorado la atrapaban, iban con ella hasta  la cama y allí la seguían haciendo infeliz.
       Un día, que sintió que lo quería muchísimo y echó a arder, no quiso ir a la playa, se quedó en casa recordando y quemando todos sus buenos momentos, cada vez que se vieron, besaron, abrazaron incluso cada vez que se enfadaron porque también fue bonito. A medida que iban  quemándose los recuerdos se entristecía un poco más y cuando ya no quedó nada feliz dentro de ella, las llamas cesaron dejándola vacía y dormida en un sueño del que decidió que era mejor no despertar.